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La batalla solitaria de los apicultores de Quintana Roo contra el monocultivo de caña

En el corazón del sureste mexicano, una región dominada por un extenso monocultivo de caña de azúcar de 35,500 hectáreas, se encuentra una pequeña y solitaria colmena. Esta colmena pertenece a Jonathan Lorenzo Reyes, un niño apicultor de 10 años que vive en José Narciso Rovirosa, uno de los 14 ejidos agrícolas de la zona cañera de Quintana Roo. La historia de Jonathan y su familia resalta una lucha de décadas contra las prácticas agrícolas intensivas que amenazan la supervivencia de las abejas, polinizadores cruciales para el ecosistema y la agricultura mundial.

La industria azucarera de la región es vasta, produciendo 1.6 millones de toneladas de vara dulce por temporada y generando ventas anuales de 1,500 millones de pesos (unos 90 millones de dólares), según la Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca de Quintana Roo. Esta industria requiere el esfuerzo de más de 3,000 productores de caña, 3,000 jornaleros durante la cosecha, 460 obreros en el ingenio y otros 25,000 empleos derivados e indirectos, posicionándose como una de las economías principales del Caribe mexicano.

Sin embargo, esta prosperidad viene con un alto costo ambiental. Hace medio siglo, la región estaba cubierta por selvas ricas en flora apícola. Hoy, debido al impulso del monocultivo de caña de azúcar iniciado por el expresidente Gustavo Díaz Ordaz, estas selvas han sido reemplazadas por campos de caña, despojando a las abejas de su hábitat natural. La deforestación, junto con el uso intensivo de fertilizantes y plaguicidas, y las prácticas de quema antes de la cosecha, ponen en riesgo la supervivencia de las abejas.

Jonathan aprendió apicultura de su abuelo, un migrante oaxaqueño que se enamoró de la cría de abejas. A pesar de la muerte de su abuelo en 2020, Jonathan sigue manteniendo viva la tradición familiar, aunque enfrenta retos significativos. La zona cañera ha visto una drástica reducción en el número de colmenas debido a las condiciones adversas creadas por el monocultivo.

Las investigaciones del Instituto Tecnológico de Quintana Roo, dirigidas por el biólogo Darwin Jesús Pech Pool, confirman la desaparición de la flora apícola nativa. Además, según estudios de El Colegio de la Frontera Sur realizados por Ana Cecilia Iuit Jiménez, desde 1979 hasta 2016, se han aplicado 86,200 kilogramos de fertilizante por hectárea en la región, incluyendo productos químicos altamente letales para las abejas.

La apicultura en Quintana Roo, que contribuye con más de 3,000 toneladas de miel anuales y alberga el 35% de las colmenas nacionales, enfrenta una crisis. Nazario Serrano, padre de Hatsumi Guadalupe Serrano y uno de los pocos apicultores restantes, relata cómo ha tenido que trasladar sus colmenas cada vez más lejos para protegerlas de los agroquímicos y los incendios provocados. La situación es tan grave que con Hatsumi, alérgica a las picaduras de abeja, podría terminarse una generación de apicultores en la región, marcando un posible fin a esta tradición frente al avance imparable del cultivo de caña.

A pesar de los desafíos, las familias como la de Jonathan y Nazario persisten, sostenidas por un profundo amor y respeto hacia las abejas y lo que representan para el ecosistema. “Uno puede vivir porque las abejas polinizan y cuando polinizan también polinizan los árboles y esos árboles los necesitamos para respirar”, reflexiona Jonathan, subrayando la importancia vital de estos insectos más allá de la producción de miel.

Esta batalla de los apicultores de Quintana Roo contra el monocultivo de caña es emblemática de una lucha global por la conservación de la biodiversidad y la sustentabilidad en la agricultura. La perseverancia de estos apicultores no solo busca salvar a las abejas; es un llamado a preservar la riqueza natural para futuras generaciones.

De: El País

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