En el corazón de El Salvador, comunidades rurales y organizaciones sociales se erigen como bastiones de resistencia contra los daños socioambientales perpetrados por la industria azucarera. Esta industria, dominada por un oligopolio de seis ingenios, ha transformado el paisaje y la vida de familias campesinas, dejando tras de sí un rastro de impactos negativos tanto en el medio ambiente como en la economía local.
Los habitantes de estas comunidades, como el caserío Los Crespines en el municipio de Ilobasco, departamento de Cabañas, han sido testigos directos de las consecuencias ambientales derivadas de prácticas como las quemas controladas de cañaverales y el uso intensivo de agroquímicos. “El veneno se echa al cañal, pero se consume y ¿a dónde va a parar? A los nacimientos de agua”, denuncia Mauricio Crespín, reflejando la preocupación por la contaminación de fuentes vitales de agua.
La aplicación aérea de agroquímicos ha sido una práctica particularmente alarmante para los residentes de Los Crespines. A pesar de un giro hacia el uso de drones para una aplicación más focalizada, el año pasado se registraron aplicaciones por avioneta que terminaron afectando cultivos de cítricos y otras áreas agrícolas.
Regaron agroquímicos con avioneta y acabaron con los cultivos de cítricos de la comunidad en la zona de la ermita, se perdieron sin que nadie respondiera por el daño
Carlos Avendaño, activista contra el monocultivo en Los Crespines
La deforestación para el cultivo de caña ha mermado los riachuelos locales, exacerbando la escasez de agua y dañando la biodiversidad. Esta situación ha motivado a los habitantes a movilizarse, presentando firmas y quejas ante las autoridades ambientales, aunque sin encontrar respuesta.
El informe, “El monocultivo de la caña en El Salvador y Guatemala”, destaca el uso de agrotóxicos peligrosos como el glifosato y paraquat, prohibidos en varios países, evidenciando los riesgos para la salud y el medio ambiente. “Hay un impacto fuerte en la salud de las familias y en el medio ambiente, porque este producto químico termina en los manglares y fuentes de agua”, afirma José Acosta, director de Voces de la Frontera.
Frente a esta realidad, la campaña Azúcar Amarga busca regular la industria y detener la expansión del cultivo de caña, proponiendo alternativas más sostenibles. “No estamos planteando eliminar el monocultivo de la caña, eso sería irreal, pero sí frenar la expansión y buscar una mayor regulación de la industria”, explica Acosta.
A pesar de los desafíos, hay destellos de esperanza y cambio. Máximo Crespín, un cañicultor de Los Crespines, opta por prácticas agrícolas sostenibles, rechazando el uso de quemas y agroquímicos peligrosos. Este enfoque orgánico y consciente del impacto ambiental inspira a otros en la comunidad, que buscan alternativas de cultivo y comercialización que respeten el medio ambiente y promuevan la autosuficiencia.
La iniciativa de Máximo y otros miembros de la comunidad de producir y comercializar productos orgánicos, junto con proyectos de turismo rural y sistemas de autoahorro, refleja un movimiento hacia la agroecología y la sostenibilidad. Estas prácticas no solo ofrecen una alternativa al modelo de monocultivo dominante, sino que también fortalecen la cohesión comunitaria y la resiliencia frente a los desafíos socioambientales.
El Salvador es un testimonio de la lucha y la resistencia de comunidades rurales frente a las prácticas insostenibles de la industria azucarera. A través de la movilización, la innovación y la solidaridad, estas comunidades buscan forjar un futuro más sostenible y justo, tanto para el medio ambiente como para las generaciones venideras.
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